-Pero... ¿la amas, verdad?
- Si, claro, desde la primera vez que platicamos me gustó, díselo. Y dile también que vaya con la falda aquella larga y roja con la que la conocí, la transparente, y que vaya sin ropa interior.
-Pero... ¡¿Como crees?!
-Díselo, ella irá así, así la quiero ahí... a las diez.
Apareció puntual, salió de entre los callejones estrechos de esa parte olvidada de la ciudad, sin pavimento, sin luz propia, con agua sólo de los cenotes, y esas construcciones en obra negra que mas que parecer a futuro se semejaban al pasado, llevaba la falda roja, larga, abajo de las rodillas, translúcida. Le conté los pasos; fueron 145. La miré dudar a mitad del camino, se tambaleó, amenoró el ritmo, perdió la cadencia de su andar natural, y seguramente las piernas le temblaron como la voz cuando me dijo - Hola-, que fue lo único que alcanzó a decir en ese momento, porque la tomé del talle, la acerqué a mi, le clavé la mirada, y junté mi boca a su boca con firmeza para después comenzar a besarla sumamente lento, muy sutil, con suavidad, dejando que la textura de mis labios rozara apenas la de los suyos, dejando escapar ápices de aliento, estaba paralizada y confusa, con el corazón acelerado, desconcertada, y... excitada, lo sé, lo sé porque al introducir al fin mi lengua en busca de la suya mi mano derecha urgó bajo la falda (que era la única prenda que llevaba puesta de la cintura hacia bajo), mis dedos encontraron un sexo expuesto, mojado, acuoso, un vellos sin recortarse, alocaditos, finitos; dejé de besarla y me arrodillé, mi rostro quedó a la altura de su boca sexual que despedía un aliento caliente, olía a deseo, a sexo prohibido. Le miré los vellitos a través de la tela y los muslos temblorosos, ¿Qué se siente tener a un hombre a tus pies?- le pregunté, mas no pudo articular palabra, estaba petrificada, con los jugos sexuales empapándole las piernas, escurriendo profusamente, enterré mis rostro ahí, mi boca guiada por ese olor, mi lengua buscando ese nectar, y ella tembló, se le escapó un gemido largo. Me levanté y colgó sus brazos alrededor de mi, me besó salvajemente, metió su lengua en mi, me mordió, me apretó, me asfixió, y su cadera la restregaba a mi con una fuerza extraordinaria, gemía, respiraba profundo para volver a gemir con fuerza, con furia, comenzó a juguetear con su mano mi sexo, lo apretaba de tal manera que la sangre de mi verga bombeaba tanto que me dolía el falo de tan duro que lo tenía. Me preguntó - ¿Te dijo mi amiga que me encanta mamar? -, -no- le respondí. Me empujó hacía un costado, hizo que me sentara en una columna de ladrillos mal compuestos, me desabotonó el pantalón, bajó el ziper y en instantes engullía la cabeza de mi verga, antes la recorrió en toda la circunferencia, la ensalivó desde los huevos, ahogaba los sonidos de su boca mientras la tenía llena, usó mi verga para golpearse las labios, a ratos con la boca abierta y otras con la boca cerrada, también se golpeteó las mejillas, los ojos, se dibujó la boca con las gotitas que ya escapaban de mi.