Bueno te cuento mis comienzos le dije:
Los dormitorios del colegio eran grandes y fríos.
Ya era una costumbre dormir bien arropada y con calcetas. Fue por puro instinto que me acurrucaba en posición fetal y metía las manos entre mis piernas.
No puedo precisar cuando ni como fue que comencé a tocarme al sentir cosquilleos en mi rajita.
Que fue primero, si los pensamientos o el calorcito, el calorcito o los pensamientos, lo resolverán los psicólogos, yo solo se que comencé a acariciarme, tocarme y frotarme la cuquita por puro placer y encanto.
Mamá estaba intentando rehacer su vida . Papá venia poco a visitarme. Las únicas que venían mas seguido eran unas tías, pero no podía yo contarles lo que me pasaba y preguntarles que debía hacer.
No se me ocurrió mezclar eso con la religión, ni pensar que era pecado o cosas por el estilo, y quizás si me lo hubieran dicho mas pronto hubiera roto con todo ese tabulerismo que querían imponer las monjas de mi colegio.
Aquel placer que me daban mis dedos, tuvo una explosión una tardecita mientras me bañaba, ya que al pasar el jabón, descubrí que tenia un punto rojizo, como un botoncito hinchado en la parte superior de mi cuquita, que al sacudirlo y apretarlo me daban tanto placer que jugué y jugué hasta que me encontré temblando inesperadamente, sin intenciones, sacudiéndome y vibrando como una pava de agua hirviendo.
Fue una pupila de mi cuarto, vecina de cama, que me pregunto que me pasaba al sentir mis gemidos….. Yo disimule, pero la muy tonta le dijo a una preceptora.
Esa noche me cambiaron de dormitorio. Como si tuviera yo algún virus o algo parecido.
La nueva pieza era mucho más chica y solo había 4 camas, tres chicas pupilas y una preceptora, que además era practicante a ingresar de monja, o monja novicia.
Las compañeras de dormitorio eran algo mayores que yo, mucho más amigables que las otras niñas que había dejado.
La monja novicia, en la mayoría de las noches, casi todas, no dormía en su lugar, y supe que iba a hacer rancho aparte con las de su clase en otro lugar.
Eso permitía que pudiéramos hablar aun después de que las luces se apagaran, y contarnos cosas.
Que cosas que aprendí en tan poco tiempo ¡!!
Pronto supe que lo que me pasaba era normal en ellas, también se “pajeaban” regularmente.
Había tanta afinidad entre ellas que se lo hacían mutuamente y hasta dormían algunas veces juntas.
Yo intentaba hacerlo silenciosamente para que no me volvieran a cambiar de dormitorio, pero ellas no disimulaban sus jadeos.
Mi vecina de cama era una morochita hermosa, con unos ojazos tremendos que repartía una dulzura con mezcla de melancolía infinita. Nos hicimos amigas.
Todos los participantes ha superado la edad de 18 años.